Historia del Club.


Los botes de Boutell. Fundación del Montevideo Rowing Club.
     Poco más que pelota vasca habían practicado los escasamente deportivos montevideanos. A lo más, podría sumarse algún entretenimiento ecuestre (pues los toros y las riñas de gallos, de mucha aceptación en aquellos tiempos, no se cuentan como deporte). Hasta que hacia fines de 1873 llegó a estas playas un súbdito británico que, sin proponérselo, iba a remover nuestras costumbres populares de raíz hispánica. Traía consigo, bajo el brazo algo que nadie había visto jamás por aquí: un “cutter”, que en buen inglés equivale ni más ni menos que a un afilado bote de carrera. El nombre de este emigrado era Frank H. Chevalier Boutell, empleado de la Compañía inglesa de Ferrocarriles, no hacía mucho instalada entre nosotros.
     Pero no sólo el “cutter” o “wager boat” (el primero, digamos de paso, que se conocía en Sudamérica) venía con Chevalier Boutell. Asimismo trajo consigo un adminículo complementario, recién incorporado a las regatas del Támesis: el “sliding seat”, o sea el carrito rodante sobre el cual se sienta el remero y que lo impulsa hacia atrás y adelante a compás de la remada. También fue éste el primer carrito importado a nuestro continente, honor que debemos agradecer al fanatismo de Boutell por el remo; y para colmo de nuestro orgullo, ese carrito no solo era novedad acá sino que acababa recién de ser incorporado al deporte del remo: apenas si un año antes, en una regata disputada en Putney, sobre el Támesis, se presentó un competidor con ese invento que nadie conocía, gracias al cual le ganó a todos no se por cuantos largos de ventaja. De inmediato su idea - algo casera- fue perfeccionada y surgió el “sliding seat” que Montevideo vio llegar Junto con el equipaje del inglés recién arribado.
     Y era tal el entusiasmo de Chevalier Boutell por el remo que no aguantó mucho tiempo su trasplante a esta tierra, y a poco de instalado promovió una reunión con miras a que en algún Támesis local se corrieran regatas. El y su hermano Arthur, más algunos orientales ya contagiados por la pasión de los dos pioneros, se encontraron a principios de 1874 en el Hotel Blin, situado en la calle Piedras 98 esquina Solís, donde hoy se encuentra el edificio del Banco de la República.
     Presidió el histórico encuentro un uruguayo que había sido remero aficionado en la Universidad de Cambridge, el Dr. Samuel Lafone Quevedo; y a la segunda reunión ya quedó fundada la que Sería la primera institución deportiva uruguaya: el MONTEVIDEO ROWING CLUB. Las adhesiones se sumaron y la institución - decana de las decanas - comenzó a remar duro y parejo, bajo la capitanía, entre otros, de los dos hermanos Chevalier Boutell.
     El 8 de diciembre de 1875, ambos con un tal G.B Ellis de timonel conquistaron el primer trofeo internacional para el deporte Uruguayo, al ganar una regata en la Bahía de Montevideo sobre una milla 1/8. Y en mayo del año siguiente se disputaron nuevas competencias internacionales, estas por desafío del Buenos Aires Rowing Club, triunfando en las dos nuestro equipo. Cuentan que desde la calle Convención hasta la misma Capitanía, cuanto bote, embarcación, apostadero o azotea estaba disponible, quedó cubierto de espectadores ávidos por presenciar la, para ellos, novedosa justa. Cuatro vapores habían llegado desde Buenos Aires cargados de hinchas; pero los pobres perdieron más de 50 mil pesos oro en apuestas.
     El pionero y triunfador Chevalier Boutell no las tuvo todas consigo para entrenarse. Lo habían puesto a cargó de una Estación del ferrocarril Central que se encontraba en medio del campo. Imposible, pues, pensar en remar todos los días. Pero no por eso se amedrento. Decidió entrenarse corriendo cada mañana cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, antes de iniciar su jornada en la Estación. Parece que el inglés se ponía cada vez su equipo deportivo y salía a campo traviesa trotando a gran tren. Pero de lejos lo observaba un gaucho del lugar, que jamás había visto nada parecido y mal podía imaginarse qué era aquel rubio corriendo en pantaloncitos cortos todas las mañanas, y sólo, por añadidura. Y como no hubiera nadie que se lo explicara, terminó convencido de que se trataba de un loco suelto; y creyó de su deber intervenir, antes de que el chiflado cometiera algún estropicio. Y un día largó su caballo detrás del extravagante corredor y lo persiguió un buen trecho dispuesto a enlazarlo. Menos mal que el inglés, a fuerza de entrenarse, corría cómo un gamo; pero sobre todo tuvo la suerte de que en ese momento pasaran por allí algunos vecinos de la zona, que intervinieron prestamente para disuadir al paisano de sus santos propósitos.
     Frank Chevalier Boutell falleció años después en Londres, a la edad de 86 años, en febrero de 1937. Su entusiasmo juvenil lo inscribió justicieramente en la historia de Montevideo, al fundar el veterano club, cuyo “grito de lucha y de victoria”, digamos de paso; en lugar de estar escrito en el inglés de sus dos primeros impulsores, reza literal y misteriosamente así:

“Pioica, pioica del pioica del peique.
Marco m’iuma del meirirula. Rapiufare
piufuique, garrupe del fei perafuique
del mei chumirla.
Hip, Hip rrah,
Rowing, Rowing, Rowing!!!”